El sacerdote Jesuita donó generosamente su trabajo y fue parte de la primera comisión para dicha causa desde 1998, en la que trabajó arduamente hasta el 2001 como Juez Episcopal Delegado y hasta el año 2010 como Colaborador Externo en la Positio Sobre las Virtudes Heróicas del primer Obispo de Osorno.
También fue autor del libro “Francisco Valdés Subercaseaux O.F.F, Cap”, donde en 89 páginas, el padre Jaime Correa, nos presenta la biografía del Venerable Siervo de Dios, pasando por su infancia, su vocación, su ordenación sacerdotal y la misión que realizó en Boroa entre los años 1930 y 1943, además de su ordenación episcopal y su nombramiento como primer obispo de Osorno.
Así mismo, el texto nos relata los últimos días del monseñor Valdés, su muerte, su funeral y todos los avances del proceso que hasta el 2011, se realizaron en la Causa su Beatificación de Francisco Valdés Subercaseaux.
El padre Jaime Correa Castelblanco también fue el Vice postulador de la Causa de Canonización de San Alberto Hurtado entre 1998 y el 2005. Además, en el 2011 colaboró como Delegado Episcopal de la Causa del Siervo de Dios Esteban Gumucio y, entre el 2012 y el 2014, del Siervo de Dios monseñor Enrique Alvear.
Fuente: Obispado de Osorno
Jaime Correa SJ, servir con el corazón
El martes 25 de junio partió al encuentro con el Señor el padre Jaime Correa SJ. La Eucaristía de funeral tuvo lugar en la Iglesia San Ignacio el miércoles 26 de junio, y contó con la participación de familiares, amigos, y sus compañeros jesuitas.
En su homilía el provincial de la Compañía de Jesús en Chile, Cristián del Campo SJ, destacó su dedicación en cuerpo y alma a los santos, “a ser escritor de vida de santos, y hacedor de santos, en sus tantas causas como vicepostulador, en lo que estuvo trabajando fielmente hasta fines del año pasado.
Con profunda emoción Cristián del Campo agradeció por lo que Jaime hizo con él como jesuita, y por su servicio: “Nunca viví ni trabajé directamente con Jaime, sin embargo, dado su partida, pude reconocer lo que él había hecho por mi vocación y camino dentro de la Compañía. Por haber puesto las bases del colegio San Ignacio El Bosque que es donde estudié y quedó sembrada mi inquietud vocacional. Por sus libros de colores de los santos jesuitas, que, para un mal lector como yo, fueron de gran ayuda, amenos, sencillos, inspiradores para quien discernía sobre su vocación”.
“Por ese trabajo –continuó Cristián del Campo- tan austero y escondido pero absolutamente esencial para que Alberto Hurtado fuera reconocido como santo de nuestra Iglesia, que a tantos nos ha permitido enamorarnos más de Jesucristo y de la misión que nos confía”.
Escritor y hacedor de santos
La enorme capacidad de trabajo del padre Jaime Correa SJ, orientada siempre a servir con amor a la Compañía, lo ubicaron, durante su vida como religioso, en encargos de mucha complejidad. Si existía un problema, allá era enviado el P. Jaime, quien ágilmente, colaboraba en solucionarlo. Tenía una gran habilidad en el manejo de los asuntos terrenos y, a la vez, con una fuerte vocación de servir con el corazón a los asuntos divinos.
Nació en Santiago el 6 de enero de 1925, “Año Santo”, solía recalcar. Fue el quinto de ocho hermanos, todos hijos del matrimonio formado por Ángel Custodio Correa y Victoria Castelblanco. Sus estudios básicos los realizó en el Liceo Alemán y la enseñanza media la cursó en el Instituto Andrés Bello, donde siempre destacó como buen alumno.
A un año de terminar su educación escolar, el Instituto Andrés Bello cerró. Esta providencial circunstancia hizo que su vida diera un vuelco importante, luego que sus padres decidieran ingresarlo al Colegio San Ignacio para que terminara el último año de humanidades.
En el Colegio San Ignacio, el padre Jaime Correa conoció al P. Alberto Hurtado, quien fue su profesor de Religión y Apologética y a quien, además, eligió como director espiritual. Allí formó parte de la Acción Católica e hizo los Ejercicios Espirituales. También, durante ese último año escolar, sintió el llamado a la vocación sacerdotal. El proceso de decisión lo vivió acompañado de cerca por el P. Hurtado.
Al salir del colegio, con 16 años, ya estaba decidido a ser jesuita. Sin embargo, tuvo que enfrentar el desacuerdo de su padre que lo consideraba muy joven para tomar una decisión tan importante. Esta dificultad lo hizo a esperar dos años para ingresar a la Compañía de Jesús. No obstante, como ya estaba decidido y sabiendo que el latín era una materia fundamental en los estudios que seguiría como jesuita, decidió ingresar a estudiar Pedagogía en Castellano, carrera que tenía el latín como materia obligatoria.
Pese a que finalmente sólo completó un año en la universidad, su destacada habilidad para los números lo llevó a convertirse en el Tesorero Nacional de la Acción Católica. Una vez cumplidos los 18 años, el 24 de marzo de 1943, ingresó a la Compañía de Jesús.
Luego del noviciado y de los estudios de Humanidades y Filosofía, su etapa de Magisterio la realizó en el Colegio San Francisco Javier, de Puerto Montt. Fue allí donde le tocó llorar la muerte del P. Hurtado. No quiso pedir permiso para viajar a Santiago, pues estimó que le correspondía permanecer en su puesto. Sin embargo, le dolió estar lejos al momento de su despedida.
Terminada su experiencia de Magisterio, volvió al Colegio Máximo, de San Miguel, Argentina, donde ya había estudiado Filosofía, para seguir con los estudios de Teología. Sin embargo, cuando estaba en tercer año, la efervescencia política del país vecino, bajo el liderazgo de Perón, hizo que el Provincial viajara a San Miguel para traerlo a Chile junto a sus otros compañeros. Continuó sus estudios en la Universidad Católica y volvió a Argentina una vez que la situación política se calmó.
Recién titulado, el Provincial le pidió que fuera Prefecto General del Colegio San Ignacio y, un año y medio después, partió a hacer su Tercera Probación a la localidad de Paray-le-Monial, en Francia. En este viaje, por encargo del Provincial, visitó y conoció la labor educativa que realizaban los Jesuitas europeos en diversos colegios.
Cuando regresó a Chile, el año 1959, el Provincial de la época, P. Carlos Pomar SJ, le comunicó que el Padre General lo había nombrado Socio de la Provincia. Un poco descolocado por la noticia, preguntó por qué lo habían mandado a investigar los colegios europeos. Él le contestó que era porque, además de asumir ese importante cargo administrativo, iba a ser director del Colegio San Ignacio El Bosque, que acababa de abrir sus puertas.
Hasta el año 1960, el Colegio San Ignacio El Bosque funcionó como anexo del colegio San Ignacio Alonso Ovalle, pero ese año se decidió su separación. Fue ese proceso el que le tocó liderar al P. Jaime Correa y a otros sacerdotes, como Ruperto Lecaros, quien estuvo a cargo de la edificación del nuevo colegio.
Tras haber pasado cuatro años en esos dos cargos, y luego de haber despedido a la primera generación de egresados del nuevo colegio, el P. Jaime Correa pidió ser destinado al colegio San Luis de Antofagasta. Quería estar más tranquilo.
Pasó dos años en el norte como director de los alumnos internos y profesor. Ese tiempo, lo aprovechó también para estudiar Orientación Escolar y Profesional en la entonces Universidad del Norte. En 1966, después de haber convalidado su título de profesor de Filosofía y de haber obtenido el de Orientador Escolar y Profesional, el P. Correa fue destinado a Puerto Montt.
El Colegio San Francisco Javier estaba presentando serios problemas económicos. Por esa razón, pidió autorización para tomar control de la administración económica del colegio. Con él a la cabeza, se solucionaron rápidamente los problemas e incluso se pudo formar capital para la construcción de un nuevo establecimiento.
Esta “hazaña administrativa” no pasó inadvertida para el Provincial de la época, el sacerdote español Manuel Segura, quien, en 1971, lo llamó para que asumiera como Ecónomo Provincial.
El P. Jaime Correa estuvo a cargo de las finanzas de los jesuitas durante 24 años. Una especial modestia le hacía atribuir a la buena fortuna los triunfos económicos que logró ejerciendo ese cargo. “Tuve mucha suerte porque se hicieron unas inversiones que dieron muy buen resultado”, decía cuando se le preguntaba por su exitosa gestión.
En esa época, el postulador de la causa del Padre Hurtado ante la Congregación de los Santos era el P. Álvaro Lavín SJ. Debido a su edad avanzada, el Provincial pidió al P. Correa continuar con este encargo. Él aceptó gustoso, pues sentía un gran cariño y agradecimiento por el padre Hurtado. Sin embargo, estimó que no era prudente su nominación en ese momento y aceptó ser el ayudante del P. Lavín.
En 1990, tras la muerte del P. Álvaro Lavín, Jaime Correa asumió la causa de canonización del padre Alberto Hurtado ante el Vaticano. Cinco años después, el jesuita fue beatificado y, diez años más tarde, el 23 de octubre de 2005, el P. Alberto Hurtado fue canonizado. “Tuve mucha suerte porque justo se presentó un milagro y me tocó gestionar todo el asunto”, solía recordar el P. Correa. Algunos obispos, entusiasmados por su manejo en esta causa, acudieron a él para solicitar su asesoría para otras causas.
Hasta el final de sus días, el P. Jaime Correa estuvo colaborando con la Iglesia en la asesoría de algunas causas de beatificación, como Monseñor Francisco Valdés, el padre Esteban Gumucio, Monseñor Enrique Alvear y el sacerdote José Cappel. Además, es reconocido su trabajo por dar a conocer las vidas de los santos y beatos de la Compañía de Jesús, a quienes consagró no solo mucha oración, sino largas y productivas horas de estudio y de escritura. Hoy, en comunión con ellos, celebra la pascua de Jesús.
Fuente: Comunicaciones Jesuitas Chile
Santiago, 27-06-2019
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